29 marzo 2006

REPORTAJES


EL REGRESO DE LOS DINOSAURIOS.

Los viejos rockeros… ¿nunca mueren?.

El conocimiento y la evolución de la música es un flujo hacia delante. O por lo menos así lo habíamos creído hasta ahora. Cada uno tiene su historia temporal. Todo depende del momento inicial o punto de partida. Cuando el punto de partida son los 90 hay dos sentidos dentro de la línea del eje director: un avance natural hacia lo nuevo y un retroceso coyuntural hacia lo antiguo. Ambos son igual de importantes.

El paso hacia delante es un remedio relativo contra el aburrimiento: consiste básicamente en ir comprobando lo que son capaces de hacer nuestros contemporáneos, controlar lo que se pone o no de moda y refrescar las ideas. El paso hacia atrás tiene otro sentido, el de querer saber más, el cuándo, el cómo y el por qué. Cuando el primer camino parece no llevar a ninguna parte, se aceleran las retrospectivas. Porque de los viejos grupos y canciones no se espera nada extraordinario.

¿En qué punto de la línea estamos ahora?. Difícil. Posiblemente en un punto grande y redondo donde se han juntado (que no mezclado) el antes y el después.

Desde hace unos años vivimos inmersos en un fenómeno de resurrección de viejas bandas que a veces resulta patético y otras veces muy plausible. Un hecho curioso convertido en pan de cada día. Al regreso de los que nunca llegaron a desaparecer del todo (The Cure, New Order, Depeche Mode o Echo & the Bunnymen) hay que añadir todos aquellos nombres que salen de la tumba vestidos de arrugas y experiencia. Y no solo mitos de los no tan lejanos 80, como The Wedding Present, Madness, The House of Love o Bauhaus (en la foto), sino viejas glorias de los 60 y los 70 que se resisten a ceder el cetro de su reinado imaginario, como Television, Eagles, Deep Purple, The Buzzcocks o The Who (en la otra foto).

La pregunta es si realmente toda esta parafernalia tiene sentido. Y la respuesta es bastante ambigua. Los que no tuvimos la ocasión de ver a estas bandas en directo en su época tendemos a frotarnos las manos cada vez que se anuncia un nuevo retorno, pero en la bolsa de caramelos hay algunos envenenados. A nadie se le olvida el lamentable espectáculo de Love con Arthur Lee hace unos años en Benicasim; después de aquel concierto muchos los rebautizaron como “Hate”. Aunque luego está el caso contrario de bandas renacidas que siguen descargando energía y conectando con melómanos que podrían ser sus hijos, y a veces sus nietos; caso de los Stooges, The Fall, Wire o Kraftwerk.

El por qué del regreso de estas bandas tampoco obedece a una teoría irrefutable. En algunos casos está claro (el de los Pixies, sin ir más lejos): la pela es la pela. Pero en otros…. ¿por aburrimiento?, ¿por nostalgia?, ¿por un brote epidémico de síndrome Peter Pan?. ¿O quizá sea para reivindicar la originalidad de los planteamientos y los sonidos que los músicos de ahora les están copiando?.

En cualquier caso, sigamos con más preguntas. ¿Qué sentido tiene una nueva gira de los Who sin Keith Moon y John Entwistle?. ¿O cómo se come una reunión de los Clash sin Joe Strummer?. ¿O qué gracia puede tener actualmente ver a los Happy Mondays?. Y si Pink Floyd realmente cumplen su promesa de volver, ¿lo harán con Syd Barrett?.

Puestos a participar del cotarro, pongámonos exigentes y expresemos un ferviente y caluroso deseo: que vuelvan también los Talking Heads!.

19 marzo 2006

RETROSPECTIVAS

GALLON DRUNK. In the Long Still Night.

Dandys del infierno.

La década de los noventa en el Reino Unido dio a luz un fenómeno bautizado como la nueva ola de la nueva ola. Decenas de bandas alcanzaron su lugar de privilegio en el transitado mainstream. Pero si hubo una banda arriesgada y bien curtida, ésos eran Gallon Drunk. Surfeando con trajes de etiqueta por encima de esa ola y de todas las demás.

In the Long Still Night” (96) es quizá su disco más abierto y resplandeciente. Londinenses, pero despegados del pop. Amigos del jazz, el blues y otras músicas originadas al otro lado del Atlántico. Inteligentes y completos. Muchas canciones (“Two Clear Eyes”, “It´s All Mine” y “Some Cast Fire”) los sitúan junto a sabios viscerales de la explosión y la fiebre como Nick Cave o Jon Spencer; son canciones para escuchar con el volumen a tope, cargadas de fuego, corrosivas y malditas, pero de una elegancia acomplejante. Otros temas, como “Up on Fire” o “Geraldine” conservan el pequeño aditivo pop no del todo ausente en sus propósitos; la primera recuerda a The Charlatans, mientras que la segunda rememora momentos dulces de unos Simple Minds, U2 o James.

Y de la otra orilla del océano llega el poder incandescente del soul (“Eternal Tide”), del country-blues y la americana (“The Road Ahead”) y de los cánticos de las plantaciones de algodón de Louisiana (“In the Long Still Night”). La versión de “To Love Somebody” de Nina Simone no hace más que refrendar la riqueza de esta banda y su capacidad para ver la realidad con lentes de aumento. Dicen que sus directos causaban estragos. No estaría mal que, en medio del actual renacimiento de los mitos, James Johnston se dejara caer de nuevo con regularidad por los escenarios. Susurrando esas viejas historias de decadencia y enfermedad; invocando a grito pelado la resurrección de los poetas muertos.

DISCOS

MOGWAI. Mr. Beast.

Recuerdos en blanco y negro.

Hay álbumes de fotos realmente interesantes; colecciones de retratos en blanco y negro, junto a paisajes llenos de colores que desprenden una intensa y cegadora luz. Las vidas suelen ser también así; llenas de fotos que tomamos inconscientemente y guardamos en un cajón del recuerdo. Y a veces, buscando alguna otra cosa, abrimos el cajón por casualidad y todas aquellas instantáneas vuelven a caer en nuestras manos.

Mogwai fueron la banda sonora de muchas fotos, todas oscuras y caóticas. Fotos de edificios en ruinas, de ríos contaminados, de humaredas negras, de gente abandonada y animales muertos. “Mr. Beast” (2006) no es un gran disco, pero ha sido la excusa para abrir ese cajón maldito. “Auto Rock”, “Travel is Dangerous” y “Friend of the Night” recuerdan aquellos días en los que “Katrien”, “Cody”, “May Nothing But Happiness Come Through Your Door” o “Helicon 1” construían las paredes de un mundo alejado del mundo. Un sitio en el que apartarse de todos para sentirse acompañado de verdad.

Repito, “Mr. Beast” no es un gran disco. Pero su valor personal se multiplica al comprobar que no hay odio, ni rencor ni arrepentimiento. Las turbulencias se han convertido en serenidad, y la música de los escoceses ahora nos habla suavemente en otro idioma. Y la cámara sigue apuntando, con su objetivo inquieto, hacia cosas que nada tienen que ver con aquéllas. Somos lo que somos porque así somos. Y no hay nada más emocionante que descubrirlo a través de un puñado de canciones.

15 marzo 2006

DISCOS

HUMBERT HUMBERT. Short Panic.

Delirium tremens.

Qué bien… Al fin otro grupo nacional al que dar cancha (¿cuál fue el último?, ¿Atom Rhumba?...). Es cuestión de alegrarse. Porque aunque la música no entienda de banderas, la mayoría de conciertos que hay al lado de casa son de bandas patrias. Los madrileños se desmarcan del soso-pop y ñoño-pop que abunda dentro de nuestras fronteras, y firman un álbum loco y revolucionario que tiene algo de Talking Heads, de Kiss, de Gang of Four, de Devo, de Aviador Dro, de T-Rex y de las Chicks on Speed. ¿Electro-punk?. Bueno, aceptamos electro-punk como etiqueta al uso.

Short Panic” (2005) sin embargo es algo irregular, porque los momentos más impactantes se aglutinan en los cuatro primeros cortes. Los ritmos espasmódicos de “Down-Off” y “Can´t Tell the Difference”, el ajetreo punky de “Medical Research” (con ese estribillo irresistible) y la chispeante “Soul Weasel”. A partir de ahí todo parece más lineal aunque también más bruto, hasta llegar a “Hit on You”, otro acierto simple que viene a recordar el “Sexy Boy” de Air en cuanto arranca.

Bases y teclados, guitarras sucias y un agudo vocal crónico que no es el de Prince, ni el de Angus Young, ni el de Axel Rose, sino el de un tipo bien majo llamado Paco Alcázar. Una mezcla trivial y excitante, que los ha puesto de moda. Por algo será.

04 marzo 2006

AGENDA

AQUALUNG: ADIÓS CON EL CORAZÓN.

Hoy es un día triste. Y no por los nubarrones, que también. Hoy dice adiós una de las salas de conciertos más emblemáticas de Madrid, donde mejor se podía ver y escuchar la música: Divino Aqualung. The Magic Numbers tendrán el honor de cerrar el candado de un santuario vencido por la especulación, el negocio, en resumen, el sistema de mierda en el que estamos metidos.

Ellos cierran puertas, nosotros abriremos las ventanas. El Primavera Sound al fin ha movido ficha, presentando una mitad de cartel cuanto menos variopinta. Pesos pesados del indie (Yo La Tengo, The Flaming Lips, Mogwai), adrenalina a borbotones (Sleater-Kinney, Yeah Yeah Yeahs, Constantines), bichos raros de la experimentación (Animal Collective, The No Neck Blues Band, The Boredoms), ilustres gentlemen (Stuart Staples, Richard Hawley, Mick Harvey), glorias recuperadas (Killing Joke, Violent Femmes) y…¿¿¿Motörhead???.

Entretanto Sevilla se está erigiendo poco a poco como capital inquieta de la vanguardia, acogiendo este fin de semana el Festival Internacional de Spoken Word (con actuaciones como la del queridísimo Julian Cope) y preparando para los días 6, 7 y 8 de abril la celebración del South Pop Festival, en el que actuarán peritas en dulce como Dominique A, Tarwater, The Wedding Present, Matt Elliot y Experience, entre otros.

Un mes de marzo que carece del movimiento acelerado del pasado febrero, pero que cuenta con citas interesantes como el Festival de Música Avanzada de León los días 17 y 18 (Rinoçerose, Jeff Mills, Todd Terry o Saint Etienne), y con muchos artistas nacionales rulando por un sinfín de ciudades (Humbert Humbert, José Ignacio Lapido, Cultura Probase, Sidonie, 12Twelve). Ah, y con Marky Ramone de turista accidental por todos los antros del país.

03 marzo 2006

CONCIERTOS

YANN TIERSEN. Madrid. La Riviera. 24-2-2006.

Ser o no ser un verdadero músico.

El mismo día del concierto pude leer en un periódico nacional una pequeña entevista con el francés. El antetitular decía: Yann Tiersen, Músico. Aplastante verdad. Algunos músicos lo son simplemente porque se lo creen, otros porque alguien lo dice. Él es músico, del verbo ser. He ahí la diferencia.

Hay muchos pasajes de su concierto que se han quedado marcados en la piel. Por ejemplo, como un hombre puede someter a una multitud (La Riviera atestada, entradas agotadas hacía días) a un silencio absoluto. Un silencio capaz de estremecer y de hacer escuchar nítidamente la caja registradora del bar. Un silencio que nadie osaba romper; el que lo intentaba era increpado al instante.

Entre las virtudes de un gran músico siempre está la de formar pequeños puzzles con sus canciones. Añadiendo o quitando piezas, según le plazca. Y nada es lo que parece. Cada canción se transforma y se subleva al nuevo enfoque. Los franceses saben hacerlo muy bien. Ello conlleva que el protagonismo dado a otros en sus obras retroceda justamente al autor. Es lo que ocurre en “Le Jour de L´Ouverture”, “Monochrome”, “Bagatelle”, “Le Bras de Mer” o “Plus d´Hiver”; esa voz, que tanto insiste en ocultar, se revela cálida y misteriosa. En “A Secret Place” o “Kala” no existe siquiera voz, ni falta que hace, porque ahí están sus cuatro magníficos acompañantes (batería, bajo, guitarra y ondas Martenot) para poner los trozos que faltan y completar el dibujo. Absolutamente soberbio. Y hablando de cosas soberbias, ahora me viene a la mente otra de sus compañeras, Katel. Una maravillosa versión femenina del Dominique A áspero y doliente para abrir el telón.

Aunque el auténtico protagonista no deja de ser él. Porque sobre el escenario es un obrero en plena faena, entregado, concentrado, cumpliendo un horario y una tarea escrupulosa que no admite errar. Los instrumentos de juguete alcanzan un sonido mayor de edad entre sus manos, convirtiendo melodías como la de “Les Enfants” en fotogramas solemnes. Con el acordeón es muy productivo; “L´Horloge” y “La Veillée” lo ratifican. Delante del piano se convierte en el amo de las penumbras, y “Le Moulin” subyuga el ambiente. La guitarra eléctrica lo sumerge en la atmósfera general de ruido fáctico, escondido entre los demás, haciendo que “A Ceux qui Sont Malade par Mer Calme” o “La Terrase” desprendan humo. Y violín al hombro es sencillamente un genio de la rapsodia bohemia; “Sur le Fil” y “La Boulange” ponen los pelos de punta, dejando a un lado la retórica.

Así que los acontecimientos no pueden derivar en otra cosa: todos a sus pies, en una demostración de fidelidad que reafirma el poder de la música para unir ideologías y sentimientos. Los primeros bises, muy generosos, y en los que brilló esa nueva versión post-rock abrumadora de “La Valse d´Amèlie” (solo reconocible al final), no contentaron. Por éso hubo una segunda parte hasta completar un par de horas. Tiempo. ¿Qué es el tiempo?. Si todavía durara nadie se hubiera movido, todos seguiríamos allí. Es lo que tienen los músicos; que siempre te hacen caer en la trampa. Y luego….. luego es muy difícil salir.