07 febrero 2024

CONCIERTOS

SLOWDIVE. Madrid. La Riviera. 06-02-2024. 

Slowdive siempre fueron ese grupo al que echas mano cuando quieres evadirte y volar. Referentes del llamado shoegazing en los 90, pusieron uno de los cimientos de las grandes edificaciones que otros culminarían poco más tarde (el otro cimiento, sin duda, lo plantaron Spacemen 3). Estuvieron y están. Nos hartamos de escuchar incesantemente “Just for a Day” (91), “Souvlaki” (93) y “Pygmalion” (95), dimos una oportunidad a Mojave 3 y a las aventuras de Neil Halstead en solitario, colocamos el regalo dejado por la banda original en una vitrina pensando que sería reliquia perpetua e inigualable. Pero no. Slowdive volvieron en 2017, y cuánto nos alegró la noticia. Más nos alegró escuchar el nuevo álbum homónimo y comprobar su grandeza y profundidad. Nos volvió locos la idea de poder verlos en vivo, cuando esa posibilidad ya se había convertido en poco menos que utópico sueño. Nos quedamos con las ganas en Mad Cool 2017, pues fueron los únicos con agallas para cancelar en una jornada trágica. Luego llegó el Tomavistas de 2022, la oportunidad de la redención, el jubileo del reencuentro, y aquel concierto supo a algo raro por falta de potencia y costumbre. 

Pues bien, anoche era la noche, y todos los sabíamos. “Everything Is Alive” (2023) nos dejaba partidos por la mitad como un melón: cuatro temas grandiosos, dos temas tediosos y otros dos aceptables. Pero algo con la firma de los de Reading jamás se puede desdeñar. Y como tienen la sana y plausible costumbre de practicar la táctica del compendio, anoche sonaron todas esas pequeñas joyas reverberantes llenas de magia que antaño nos mecían en nuestras cunas de juventud. La flamante y magnífica “Shanty” abrió el recital, pero pronto llegaron los flash-back. “Star Roving” por fin sonó como el gozoso bombazo que es, “Catch The Breeze” fascinó con sus vertiginosas proyecciones. “Skin in The Game”, también de su último trabajo, demuestra que no han perdido el punch creando melodías de terciopelo. Luego llegaron las muy personales versiones de directo de “Crazy for You” y “Souvlaki Space Station”, inapelables, absolutamente evocadoras. “Chained to a Cloud” puso un pequeño toque techno a la velada, con Rachel asumiendo un protagonismo siempre discreto y compartido, para seguir con el riff cristalino de “Slomo”. La ochentera “Kisses” fue el interludio antes del celebrado y glorioso tridente final: “Alison”, “When The Sun Hits” y “40 Days” (las tres gigantes, las tres deslumbrantes) despertaron las más enfervorecidas atenciones, canturreos y brincos. Y es curioso que, la que siempre se supuso una banda minoritaria de culto, se haya convertido veinticinco años después en un fenómeno que llena salas y atrae a público de todos los estilos, edades y nacionalidades. Y no menos curioso es que todos esos jóvenes que se han enamorado de esta música demuestren saberse al dedillo precisamente las canciones más añejas. 

Por supuesto, había que regalar unos bises como dios manda, y el encore no pudo ser mejor: la ya imprescindible en su discografía “Sugar for The Pill”, la versión desnuda de “Dagger” y la anhelada “Golden Hair” de Syd Barrett, coronada por épicas bocanadas de distorsión y feed-back. No fue un concierto largo (no llegó a la hora y media), pero de tan intenso pareció dulcemente eterno. Y esta vez sonaron y lucieron como la gran bola de fuego que son, en un marco visual radiante, en su punto de ecualización perfecto, con las guitarras rascando amablemente y el bajo de Nick Chaplin palpitando. Dejaron cicatriz, y mucha. 

La única pega de la noche fue la ausencia de los chispeantes Pale Blue Eyes, a los que había muchas ganas de ver. Se quedaron varados en algún atasco en alguna vía de algún lugar de esta España que ayer andaba patas arriba. 

Setlist: “Shanty”, “Star Roving”, “Catch The Breeze”, “Skin in The Game”, “Crazy for You”, “Souvlaki Space Station”, “Chained to a Cloud”, “Slomo”, “Kisses”, “Alison”, “When The Sun Hits”, “40 Days”//”Sugar for The Pill”, “Dagger”, “Gold Hair”. 

21 diciembre 2023

REPORTAJES

“UNA LUZ ABRASADORA, EL SOL Y TODO LO DEMÁS” por Jon Savage

JOY DIVISION: LA HISTORIA ORAL 

De Joy Division creíamos que lo sabíamos casi todo. La historia de su ascenso, impacto y caída, su papel en Factory Records, la polémica sobre su ideología, la controvertida corta vida de Ian Curtis. Libros de memorias, reportajes, películas, leyendas. Y cómo no, sus trabajos, “Unknown Pleasures” (79) y “Closer” (80), las misceláneas “Still” (81) y “Substance” (88), siempre a la búsqueda del resquicio perdido. Dicen algunos entendidos que en los versos de Curtis se concentra toda la historia de la banda, motivaciones, dolores, oscuridades. Pero quizá necesitábamos también un poco de esto: la voz directa de sus protagonistas, desde todos los ángulos del prisma. Todos ellos nos ayudan a comprender el relato, a enfocarlo debidamente y a experimentar nuevos respetos, penas y nostalgias. 

Con su larga experiencia periodística como credencial, Jon Savage ha sido el encargado de dar luz a este mágico desfile de voces a través de cuatrocientas páginas, extractando partes de decenas de entrevistas realizadas para otros usos u ocasiones. Voces que hablan con sinceridad, reconocimiento, culpa o resignación. Voces que son las de todos, directos e indirectos, principales y secundarios, líderes y acólitos. Las voces de Bernard Sumner, Peter Hook y Stephen Morris resuenan por encima de las demás. La de Ian Curtis también aparece brevemente, para recordar que estuvo y que, pese a todo, tenía cosas que decir. Están las voces de los más allegados profesionalmente, como Terry Mason, Tony Wilson, Rob Gretton, Martin Hannett o Peter Saville, testigos de primera mano de la génesis como banda identitaria de Manchester, de su inusual proceso creativo, su simbiosis natural y su ausencia de pretensiones. También están las voces de profesionales que asistieron al espectáculo desde la barrera, pero bien arrimados a ella; tal es el caso de los periodistas Paul Morley o Mary Harron, los fotógrafos Kevin Cummins y Anton Corbijn, o compañeros de mundillo y labor como C.P. Lee, Pete Shelley, Richard Boon o Jeremy Kerr. Por supuesto no faltan las voces de los allegados carnales o sentimentales, los que sufrieron o gozaron a las personas más que a los músicos, como Deborah Curtis, Iain Gray, Lindsay Reade o Annik Honoré. Y todas estas voces construyen la efigie de una banda que definió una nueva forma de entender la vida y la música, un enfoque más introspectivo y sofisticado del punk, llevando el orgullo de nuevo a un emplazamiento geográfico que había perdido todo su espíritu por obra del progreso, los poderes fácticos, la limpieza cultural o vete tú a saber qué. Joy Division no eran estrellas, eran chavales de barrios como Salford o Mcclesfield, personas con historias familiares tristes o descontentas con sus entornos de miseria y conformismo. Eran gente normal que quiso hacer algo diferente, y por inercia se metieron en el pasatiempo de moda de muchos jóvenes de por entonces. Aprendieron a tocar como buenamente pudieron, y de repente se vieron concibiendo ideas, construyendo cosas, un sonido, una identidad. Se menciona que las canciones salían solas, como por arte de ensalmo. Se dice que los ritmos y melodías nacían como un hijo independiente, y que luego las letras (recopiladas en los concienzudos cuadernos de Curtis) buscaban su cobijo dentro del sonido en matrimonios de conveniencia. De ese trabajo serio y apasionado nacieron temas que han devenido inmortales con el paso de las décadas, hasta el punto de servir de referencia a muchos grupos del nuevo siglo. Así pues, el legado de Joy Division, aunque breve, fue determinante en todos los ámbitos considerables. 

Aunque el mito también tiene bastante que ver. Me refiero al aura de mártir de un Ian Curtis convertido en icono pop por muchas razones: por sus textos, sus aficiones, su transfiguración escénica, sus dolencias y su terrible final. Este libro da que pensar en muchos aspectos, y no solo en los meramente históricos o temáticos. Da que pensar sobre la insatisfacción, el sufrimiento silencioso, la enfermedad, la impotencia y la frustración. Nadie trata de justificar nada, pero todos piensan lo mismo: el punto de saturación, el estado límite, hasta dónde es capaz de aguantar el ser humano. Porque ante todo, Ian era un ser humano que reía, bailaba, amaba, pensaba y leía. Quizá más de lo razonable en ocasiones. Quizá menos de lo necesario en otras tantas. Y como tal, lo que transmite este libro de él no es solo el retrato del artista, que también, sino el éter de un alma que condicionó sin pretenderlo la vida de los que lo rodeaban. Todos lo hablan a su manera y lo hacen de una forma honesta, sin miedo, aunque con cierta culpa insubsanable. La rueda gira, el juego sigue. Pero siempre quedan los posos de lo que pudo haber sido y no fue.


06 noviembre 2023

CONCIERTOS

CALEXICO. Berlín. Theatre des Westens. 28-10-2023. 

Nuestro reciente volar por el mundo en busca de música y experiencias nos lleva a rememorar uno de los grandes hitos de los 2000; un disco impactante que nos encariñó con esta banda para convertirla en costumbre y placer. “Feast of Wire” (2003), quinto álbum de nuestros amigos de Tucson, mostraba su eclecticismo sin barreras. Una mezcla de folk, pop, jazz, avant garde, cumbia y ranchera que nos dejaba perplejos hace veinte años. Un álbum que, en efecto, se merecía una celebración en forma de gira aniversario por los rincones de ese mundo que Joey y John, Burns y Convertino, han recorrido tantas veces con implacable oficio y enorme generosidad. Y es que los conciertos de Calexico nunca empiezan con ellos, sino con sus artistas invitados. En este caso eligieron a Bryan López, su nuevo guitarrista en plantilla, que posee una andadura en solitario igual de ambigua que la de sus padrinos. Empezaba por algunas bellas piezas folk, seguía con una versión de “The Killing Moon” de Echo & The Bunnymen y terminaba con una celebración criolla, con algunos de los titulares de cartel apoyando al bajo y percusión. Porque a Joey Burns y compañía no les importa ceder su ingenio a los demás; ni siquiera les importa tener que afinarse sus instrumentos ni sacar la cinta adhesiva para pegar al suelo la chuleta. Así son ellos o así es lo que nos dejan ver. 

Estaba claro que el disco homenajeado iba a sonar enterito, como así fue. Pero entre medias se colaron versiones a veces sorprendentes, a veces ya perennes. Encadenaron “Not Even Stevie Nicks” al “Love Will Tear Us Apart” de Joy Division, haciendo un todo de dos canciones tan antagónicas. Deslumbraron con su revisión del clásico “Hit The Road Jack”. Volvieron a Love y su “Alone Again Or”, que se han apropiado justamente poniéndole su propia vitola. Pero las canciones de “Feast of Wire” brillaron con una rutilancia inusitada, en especial aquellas que nunca antes les vimos tocar. Fue una delicia asistir a las armonías viajeras de “Pepita”, al vals melancólico de “Woven Birds”, al contraste experimental de “Attack El Robot! Attack!” o a esa lección magistral de jazz que es “Crumble”. Y siempre es de enorme agrado verles actuar (sobre todo si es en segunda fila), siendo como son una máquina fluida y compenetrada. Ya sabíamos que Martin Wrenk (percusiones, trompeta, acordeón, guitarra, slide, voces) y Jacob Valenzuela (percusiones, trompeta, voces) valen para todo, pero ahora hemos comprobado que Sergio Mendoza también (teclados, bajo, acordeón, voces). Aunque el que siempre nos enamoró y lo seguirá haciendo eternamente es el gran John Convertino, un baterista atípico, afincado en los cánones jazzísticos, elegante, cósmico, danzante y magno marcando los tempos de la fiesta. Porque cualquier show de estos tipos siempre termina en fiesta. Ellos saben las teclas que hay que pulsar en postrimerías y bises, y al final emerge el folclore, la salsa, el mejicanismo, el cante hispano, para poner en pie a un auditorio de público muy alemán, pero nada frío. Al contrario: el “Güero Canelo”, las “Minas de Cobre”, “Cumbia de Donde” y “Flores y Tamales” animan hasta el éxtasis a un respetable que muestra un entusiasmo paradójico, el sincero amor hacia una banda que siempre, sin excepción, se hace querer. Definitivamente, no hay fronteras.

28 septiembre 2023

CONCIERTOS

VISOR FEST 2023. Murcia. La Fica. 22 y 23 de septiembre. 

A la tercera fue la vencida. Tras dos ediciones fallidas, había ganas de descubrir este festival que reúne todas las virtudes soñadas para un evento musical en condiciones: precio asequible, aforo controlado, espacio accesible, cero solapamientos horarios y artistas con pedigrí. Formato ideal para nostálgicos, carrozas, revivalistas y viejunos eternamente jóvenes. Que los más maduros y metódicos también se merecen una oportunidad. Que toda esa gente fue la que levantó los festivales en este país allá por los noventa. ¿O acaso no nos acordamos? Que los que ahora se congregan en torno a La Fica para ver a Suede son muchos de los que vieron a Suede en Benicasim en 1999. Que la gente que aquí convive y se da la mano tiene canas, y barrigas y arruguitas, pero es una gente maravillosamente auténtica, amante de una música que, lejos de declinar, resurge llena de magia y energía. Y muchos de los que aquí están (o estamos) vivimos ese concepto de festival de respeto y devoción, contracultural, contracomercial, centrado en el contenido musical, sin parafernalia ni folclore adicional, música en estado puro limpia de polvo y paja. Y cuánto se agradece poder volver al pasado, aunque sea por unos instantes, un par de días, unas cuantas horas, regresando a la esencia de lo pequeño y genuino. 



The Primitives vivieron mucho tiempo de las rentas de “Crash”, pero nunca se fueron del todo. El motor en vivo no carbura a la perfección y la glamurosa Tracy Tracy ya no muestra el alarde vocal de antaño, pero aún así son el comienzo, los primeros, y a todos nos pillan con ganas. Poco a poco van desgranando su batería de clichés directos, rotundos y pegadizos, para contento de poppies y rockers por igual. Suenan “Sick of it”, “I Won´t Care”, “Buzz Buzz Buzz”, “Really Stupid” o “Rattle My Cage”, que llevan en volandas al personal más madrugador con la primera cerveza del día. Por supuesto, “Crash” no puede faltar a los postres, convertida en coros y saltos e indemne al paso del tiempo. 



The House of Love tampoco se fueron del todo. Tras los éxitos de su primer lustro se tomaron un descanso de una década y resucitaron, para seguir siendo esa banda de culto cuidada por la prensa y los amantes de las canciones con marca de autor. Ese autor (gran autor) es básicamente Guy Chadwick, único habitante perpetuo de la antigua casa. Se lo toma con calma, se hace de rogar, pero aún es capaz de ofrecer nuevos materiales (en 2022 publicaron “A State of Grace”) y dar rutilantes recitales con formación regenerada. “Cruel” y “Christine” son dos potentes argumentos para empezar su demostración. Y tienen tantas y tan brillantes canciones (“Hope”, “Shine On”, “Burn Down The World”, “Destroy The Heart”, “Love in a Car”) que es difícil no prestarles la atención que se merecen. Venían como recambio de The Church.  Sustitutos de categoría. 



Inspiral Carpets no es que se prodiguen mucho en grabar nuevas canciones, pero ¿acaso les hace falta? El legado que dejaron entre 1988 y 1995 se merece una vitrina en los museos de la música popular. En un festival como este, ¿cómo prescindir del mítico sonido Madchester y de los flashes de Factory Records? Ellos fueron los chicos buenos de la movida, y quizá por eso no alcanzaron el mismo impulso mediático que los más descerebrados y camorristas. El buen rollo no vende. Pero ahí están, dando el do de pecho, sacando petróleo de los discursos de Stephen Holt, las teclas suicidas de Clint Boon y los arpegios de Graham Lambert. Arrancar con “Joe” es una declaración de guerra, y a partir de ahí todo es cuesta arriba. Setlist: “Joe”, “Generations”, “Weakness”, “Butterfly”, “She Comes in The Fall”, “This Is How It Feels”, “Two Worlds Collide”, “Let You Down”, “Bitches Brew”, “Find Out Why”, “Move”, “Sackville”, “Directing Traffik”, “Keep The Circle Around”, “I Want You”, “Uniform”, “Dragging Me Down”, “Commercial Rain”, “96 Tears” y “Saturn 5”. ¿Alguien da más? Como oírse enterito un greatest hits a merced de proyecciones conmemorativas de sus simpáticos iconos y logos.



OMD son siglas mayores. El proyecto de Andy McCluskey y Paul Humphreys posee una de las carreras más sólidas de la historia del synth-pop, y el verdadero acicate era descubrir su puesta en escena, que solo se puede calificar de impecable. Música electro en estética rockera, con el plus onírico de una luminotecnia cuidada al milímetro. Andy se mantiene en forma, bajo en ristre, voz sin mácula, presencia determinante en las tablas (y en la piscina del hotel al día siguiente). El oído se muestra dócilmente amaestrado cuando suenan “Electricity”, “Messages”, “Souvenir”, “Sailing on The Seven Seas”, “Enola Gay” o “Pandora´s Box”, himnos que resisten con dignidad la corrosión de los años. Su concierto no fue solo un guiño al pasado; fue un recorrido concienzudo por cuatro décadas de trabajo y experimentación, y ello les valió una de las ovaciones más emotivas del festival. 

Que me perdonen Mercromina por perdérmelos (lo siento, paisanos). Los excesos de la jornada previa y la necesidad de una siesta ibérica echaron por tierra el homenaje que sin duda merecían. Por si sirve de descarga, veníamos de una semana de pincharlos a discreción y recordar lo buenas que eran “Pájaros”, “Chaqueta de Pana”, “Evolution”, “El Libro de Oro de la Congelación”, “La gran aventura” o “Entrevista a Un Abducido”. 



Nada Surf también siguen incombustibles después de su arranque apoteósico con “High/Low” allá por 1996, y “Popular” y “The Plan” destacaron en los inicios para recordar cómo empezó todo. Se les tiene cariño; quizá por la simpatía y orígenes de Dani Lorca, o por la clase y saber estar de Matthew Caws. Su set fue un viaje con parada en todas sus estaciones, magistral en ejecución y sobrado de actitud. Que tocan maravillosamente bien, nadie lo puede dudar. Que a veces se enredan en medios tiempos aburridos o melodramas manidos, puede ser. Que cuando sacan los colmillos devoran al más pintado, pues también. Además de la mencionada “The Plan”, aplastante con sus cambios de ritmo y riffs descabalados, brillaron “Hi-Speed Soul”, “Killian´s Red”, “Happy Kid”, “Hyperspace” y “See These Bones”. Qué pena que no cayera “La Pour Ça”.


 

Echo & The Bunnymen no necesitan presentación. Pioneros y legendarios. Y esta vez brillaron más que nunca. Introducidos al son de canto gregoriano, bucearon a fondo en su discografía para rescatar temas inesperados: siniestros en “Going Up” y “All That Jazz”, místicos en una grandiosa “All My Colours”, nítidos en “Never Stop” o funkies en “Bedbugs and Ballyhoo”. Saludaron al malogrado Lou Reed en los compases finales de “Nothing Last Forever”, dándose un paseo por el lado salvaje. No dejaron de lado algunas melodías reconocibles, como “Rescue”, “Bring On The Dancing Horses”, “Seven Seas” y “The Killing Moon”. Se convirtieron en una odisea catódica bordando “Over The Wall”, momento cumbre del concierto. Cerraron con la obvia “Lips Like Sugar”, y nos dejaron a medias, yéndose a la francesa y prescindiendo de la deseada “The Cutter”. No estaba Ian McCulloch en sus mejores facultades. Sí lo estaba Will Sergeant, volviendo a hipnotizar con sus espasmos eléctricos. Son un monstruo, y decir lo contrario sería falacia.


 

Y Suede son otro monstruo, desde luego. Un monstruito espídico que no ha dejado de engordar desde su resurrección en 2013. Viviendo una segunda (o tercera, o cuarta) juventud, Brett Anderson sigue en plan bestia escénica, creyéndoselo como el primer día, dando todo lo que lleva dentro hasta la extenuación. Esta vez iban acompañados de adorno visual, las grandes obras artísticas de sus elepés y singles proyectadas para hacer de cada tema un episodio inolvidable. Abundaron los hits, las irrenunciables “She”, “Trash”, “Animal Nitrate”, “Filmstar”, “Can´t Get Enogh”, “New Generation”, “So Young” o “Beautiful Ones”. Pero también hubo un presente, muchas canciones del último “Autofiction” (2022), como las rotundas “Turn Off Your Brain and Yell” o “Shadow Self”. Rescataron “She´s in Fashion” en una versión acústica deliciosa, y remataron un sábado noche inolvidable con la oportuna “Saturday Night”. Y todo ello en una pieza, sin impases ni titubeos, enlazando un riff con otro, un ritmo con el siguiente y un ejercicio aeróbico con el posterior, en un desafío extremo. Normal que todos acabaran sin resuello, como el mismísimo Brett. 

Dicen que en las redes la gente ya está expresando sus deseos para conformar el cartel de 2024. Aquí les dejo algunas sugerencias, señores: Happy Mondays, Einstürzende Neubauten, The Psychedelic Furs, Manic Street Preachers, Mercury Rev, The Church, The Stranglers, Madness, The Charlatans, Bauhaus, The Cult, The Cure, Spiritualized, Gary Numan, The B-52´s, Gang of Four, New Order, Wire, The Sisters of Mercy, Supergrass, Slowdive, The Verve, Yo La Tengo, Mogwai, Primal Scream, The Durutti Column, Modern English, Kraftwerk, Mission of Burma, The Jesus & Mary Chain, Siouxie, Stereolab, Weezer, Pavement, The Boo Radleys, Arab Strap, The Posies, The Delgados.


12 junio 2023

CONCIERTOS

UNA NOCHE OSCURA EN GLASGOW, UNA NOCHE LUMINOSA EN EDIMBURGO

Kristeen Young + Vision Video + The March Violets. Glasgow. King Tut´s. 03-06-2023. 

Swiss Portrait + Triptides. Edimburgo. Sneaky Pete´s. 06-06-2023. 

No sé quién me metió en la cabeza la idea de escaparme a Glasgow. Quizá fue Bobby Gillespie, o quizá Stuart Braithwaite. Quizá fueron Alex Kapranos o Emma Pollock, o quizá fueran Douglas Stuart o Suzanne Woolcott. Era una idea que rondaba por la mente desde hace tiempo, reforzada por las lecturas y documentos que han pasado por nuestras manos recientemente. Pues bien, vayámonos a la City of Music (y de paso a su vecina Edimburgo). Y ya que acampamos por esos lares, empapémonos un poco del aire cultural que allí se respira, con su desfile de arte callejero, apuntes discográficos y acción musical en vivo. No, la música no está en todos los rincones, ni mucho menos. Hay que buscarla y/o imaginarla en lugares como George Square, Monorail Records, Barrowland, Sauchiehall Street, The 13th Note o el majestuoso Castle of Doom de Mogwai. Cada sitio tiene su historia, y uno de los que más historia tiene quizá sea el King Tut´s, local en St. Vincent Street por el que han desfilado docenas de las bandas que amamos. Dicen que allí firmaron su primer contrato discográfico Oasis, lo cual me importa un bledo, pero nada más entrar se respira una atmósfera especial. Desde las paredes nos saludan The Dead Kennedys, PJ Harvey, Manic Street Preachers, The Charlatans, Pulp o Teenage Fanclub, y en las escaleras que conducen al escenario hay una muestra cronológica de la historia de la sala y por ende del rock independiente, desde los años 90 hasta nuestros días. La cita allí es con el lado oscuro de la luna, es decir, una noche donde lo gótico y lo new wave se van a dar la mano en tiempo y espacio. Por tanto, no es de extrañar que se haya dado cita la fauna más dark de la ciudad. El público de Glasgow tiene fama de pirado y bullicioso, pero todo el mundo se comporta con mágico respeto y decoro, incluso con los artistas invitados, comúnmente llamados teloneros (tomemos nota, por favor). Y como invitados en esta noche de sábado tenemos a Kristeen Young y Vision Video. La primera, cantautora, teclista y performer, lleva años manifestándose en un estilo que podría llamarse ecléctico o experimental, buceando en los canales más incómodos del rock y la electrónica. Parece extraño que una mujer que ha trabajado con gente tan ilustre como David Bowie, Morrissey, Dave Grohl o Brian Molko ocupe el aperitivo en una velada de triple cartel, pero así es. Y como tiene un disco reciente en circulación, se esmera con algunas de esas nuevas canciones (destacando “Sara Get The Baby”, “The Beauty Shop” o “Sue Veneer”), creando un aluvión incontenible de registros sonoros, escénicos y vocales. A continuación se suben a las tablas Vision Video, que no son más que una recreación de los mejores clichés de la era ochentera, con un Dusty Gannon que nos cuenta que sirvió en Afganistán, que aquello no le gustó nada y que quiso reconducir su vida hacia el arte y la creación. Y aunque su música suene a una cantinela ya conocida (a The Cure, por ejemplo), a los fans del post-punk se nos secuestra fácilmente con temas como “Organized Murder” o “Comfort in The Grave”. Y si para colmo nos regalan una versión de “Transmission” de Joy Division, ya podemos contarnos entre los seres más felices sobre la faz de Escocia. La noche oscura glaswegiana culmina con The March Violets, banda con cuarenta años de historia (casi nada), surgida de los verdaderos efluvios que otros ahora homenajean, humildes moradores de la escuela goth rock. Lejos de dar la batalla por perdida, el trío sigue adelante, con nuevo álbum y nueva gira, con menos ímpetu pero no menos ganas, dejando postales de recuerdo (“Crow Baby”, “Radiant Boys”, “Walk into The Sun” o “Snake Dance”) y nuevas creaciones que no pierden su esencia tenebrosa y trascendental. Pues sí: aunque ya no sea lo que era, merece la pena probar la noche de Glasgow, vivir un poco de esa leyenda de garitos íntimos y solidaridad musical que tantos nos han contado.

Y también merece la pena probar el sabor de ese mismo brebaje en Edimburgo, donde también abundan los locales con música diaria en vivo. Uno de esos sitios se llama Sneaky Pete´s, está en Cowgate Street, antro pequeñísimo y acogedor con sonoridad inmaculada, que cuenta con el mérito de programar una ingente cantidad de conciertos interesantísimos al año. Allí nos congregamos treinta o cuarenta personas para pegarnos un atracón de rock psicodélico, y de paso, conocer a Swiss Portrait, proyecto del artista local Michael Kay Terence, que nos pide con timidez acercarnos más al escenario. En modo cuarteto, su música discurre por los caminos más suaves y luminosos del dream rock, con ciertas reminiscencias de Yo La Tengo o de esas bandas que tan bien saben marcar la chispa de los ritmos (Two Door Cinema Club o Bombay Bicycle Club, por citar alguna). El plato fuerte del cartel son los californianos Triptides, a los que hemos estudiado a conciencia, sabiendo que llevan más de diez años publicando discos y que todo se mueve en torno al multiinstrumentista Glenn Brigman. Todo en ellos es retro: su música, sus looks, sus ítems. Y como nos gusta lo retro, nos sumergimos de lleno en su universo de pop-rock con acidulante y en las canciones de su (brillantísimo) último LP “Starlight”. Temas como “Unwound”, “Latitudes” o “Broken Lens”, solemnemente replicadas en vivo, dejan testimonio de la pericia y veteranía de una banda que podría estar tocando en grandes escenarios de festivales sin problema. Pero no lo están, qué va. Están en Edimburgo actuando para un público mínimo porque quizá no hayan tenido la suerte de morder el pastel o las ganas de engordar. Como pasa con tantos fantásticos músicos y bandas que no salen en los foros ni en la Wikipedia, bregando entre las sombras en busca de un oído generoso que les dé la oportunidad que sin duda se merecen. 


02 mayo 2023

CONCIERTOS

EELS. Madrid. La Riviera. 30-04-2023.

La ecuación matemática no falla: concierto de Eels = diversión asegurada. Esta vez tocaba ponerse elegantes, con pajarita y esmoquin rosa y plata. Se hacen de rogar al aperitivo de la odisea espacial de Stanley Kubrick, y la gran pregunta antes de la recepción es: ¿de qué vendrán disfrazados hoy? Nada que ver con el atuendo deportivo de hace diez años. Porque sí, el propio Mark Everett ha echado sus cuentas y sabe que tocaron en La Riviera hace diez años y dos días. Ahí estábamos entonces, y aquí estamos ahora. En una década han cambiado muchas cosas, pero el espíritu (el de ellos y el nuestro) sigue siendo el mismo. Ellos lucen algunas canas añadidas en las barbas, nosotros algún achaque más a las espaldas, pero parece como si el tiempo no hubiera pasado. Se mantienen intocables las ganas de diversión, de rock and roll, de vivir la vida como si no existiera un mañana. Mr. E es el máximo exponente de la palabra resiliencia, y transmite su carácter en cada envite con una naturalidad para nada impostada. A su lado hay un trío de verdaderos figuras (The Chet a la guitarra, Big Al al bajo y Little Joe a la batería), y entre los cuatro son muy capaces de bordar nanas, despedazar clásicos o montarse un numerito cómico de gran gusto, sin necesidad de más efectivos o artificios. Si los conoces bien, ya sabes de qué va a ir el tema. Sabes que habrá momentos de blues-rock grasiento, pasajes melodramáticos, préstamos y homenajes. Sabes que Mr. E sacará la maraca y la pandereta, eso cuando no lleve a cuestas su guitarra de songwriter resignado. Pues sí, todas esas premisas (y algunas más) se cumplieron en su nueva visita a Madrid, transitando del éxtasis a la melancolía con desmadrada insolencia. Un comienzo entusiasta al son de “Steam Engine”, “Amateur Hour”, “Me and The Boys” de NRBQ, el clasicazo “Watcha Gonna Do About It” de los recurrentes Small Faces y “Good Night on Earth”, para luego fundirse a negro en una secuencia de excesiva introspección. Sí, abusaron del medio tiempo y de esas baladas que siempre son necesarias, pero en su justa medida. No digo que no sea un placer escuchar de nuevo “3 Speed” o “It´s a Motherfucker” (lo es), pero los Eels que más gustan son los que machacan a tope levantando el polvo en sus descabaladas orgías de garaje. Así pues, el salpicón de satíricas chispas prendidas entre lamentos (“Peach Blossom”, “The Deconstruction”, “Dog Faced Boy” o una “You Really Got Me” de los Kinks reinterpretada a su antojo) fueron auténticos balones de oxígeno. Aunque el gran acto de la noche quizá fuera la versión de “Drummer Man” de Nancy Sinatra, momento de gloria para Little Joe, que dictó sentencia en unos solos de percusión antológicos, y para The Chet, que además de todo lo que lleva a cuestas canta como el mismo Dios. La recta final nos trajo una “Novocaine for The Soul” por la que no pasan los años (va camino de la treintena y sigue sonando igual de inspiradora que antaño) y “I Like Birds”, esa piececita de apenas dos minutos que, elevada a la máxima revolución, resucita a los zombies. Se despidieron con una regia “Baby Let´s Make It Real” con la promesa de volver, y volvieron. No una, sino dos veces. No hay excesivas bandas que hagan más de una tanda de bises, pero las anguilas siempre cumplen con la demanda y quedan como señores. “Friendly Ghost” y “Last Stop: This Town” conforman el primer epílogo, de vuelta a la senda de la mesura. “Earth to Dora” abre el segundo en línea similar, y “Wonderful, Glorious” y “God Gave Rock and Roll to You” nos sumen en una ópera disco-rock de los setenta, mientras vamos restrocediendo filas entre la audiencia, comprobando que no hay cara que no tenga dibujada una gran sonrisa. Al final da igual lo que hayan tocado o que casi te hayas dormido a mitad de recital; lo que cuenta es la mentalidad, la actitud, la generosidad y el bagaje de tantos años exorcizando demonios a través de rock. A ver de qué se visten en el siguiente. 

Setlist: “Steam Engine”, “Amateur Hour”, “Me and The Boys (NRBQ)”, “Watcha Gonna Do About It (Small Faces)”, “Good Night on Earth”, “Anything for Boo”, “Jeannie´s Diary””, “3 Speed”, “The Gentle Souls”, “Peach Blossom”, “Who You Say You Are””, “I Need Some Help”, “It´s a Motherfucker”, “The Deconstruction”, “All The Beautiful Things”, “Dog Faced Boy”, “You Really Got Me (The Kinks)”, “Drummer Man (Nancy Sinatra)”, “Novocaine for The Soul”, “I Like Birds”, “Are We Alright Again”, “Baby Let´s Make It Real”// “Friendly Ghost”, “Last Stop: This Town”// “Earth to Dora”, “Wonderful, Glorious”, “God Gave Rock and Roll to You (Argent)”. 

03 abril 2023

CONCIERTOS

 dEUS. Madrid. Sala La Paqui. 01-04-2023.

Hay bandas que resultan irresistibles, aunque ya las hayas visto muchas veces o hayas perdido parte del interés que tenías por ellas porque la chispa de antaño se esfumó. Los belgas pasan por Madrid nuevamente y, andando como andamos en fase de flashback, de homenaje a los clásicos de nuestras vidas, ¿nos los íbamos a perder? No. Apetecía saludarlos de nuevo. Once años hace de la última experiencia. ¿Ha cambiado algo? Qué va. Apenas unas arruguitas más. Los mismos tipos, las mismas caras, las mismas infatigables ganas. Sigue intacto el quinteto que tan bien se avino allá por 2005, con Tom Barman, Klaas Janzoons, Mauro Pawlowski, Alan Gevaert y Stéphane Misseghers. Vienen con un nuevo trabajo tras una década sin grabar. “How to Replace It” (2023), al igual que sus dos o tres predecesores, adolece de la falta de la magia bizarra de su admirada trilogía datada a finales del siglo pasado. Pero ahí están, asociados ahora con sonidos mucho más comerciales, aunque sin abandonar esa inclinación funky que les corre por las venas. Aún pueden permitirse el lujo de temas como el que da título a este nuevo álbum, una marcha militar antológica ideal para abrir un recital, o de baladas emotivas como “Love Breaks Down”, el único respiro (ya en los bises) en un concierto de alto voltaje y mucho ímpetu. Entre medias hay dos mundos: por un lado, el mundo de sus nuevas creaciones, que no carecen de músculo, pero que se nutren de clichés de sobra manidos; por otro lado, el mundo de lo añejo, lo legendario, canciones que pertenecen a una generación, y que pegan fuerte en las siguientes (había mucho público veterano, pero también jóvenes descubridores). Entre estas últimas no podía faltar “Instant Street”, todo un himno, quizá la canción que define y resumen todo el potencial que se gastan como banda: un brillante compás melódico que acaba estallando en una creciente lluvia eléctrica explotada hasta la extenuación, llevando al público al paroxismo. Igualmente se celebran “W.C.S. (First Draft)”, que retrata su lado más oscuro y avant garde, la vibrante locura funk-rock a ritmos imposibles que es “Fell Off The Floor, Man” o el incendio sostenido en la intensa “For The Roses”. De su tibia entrada en el siglo presente rescatan cosas de lo mejor, con gran clase, como “Constant Now”, “Quatre Mains” o “Sun Ra”, así como la espumosa “The Arquitect”, que se antoja indispensable en cualquier fiesta que se precie. El colofón final se presumía, se intuía, y no iba a ser otro que “Bad Timing”, un broche siempre efectivo, siempre bienvenido, una inigualable lección de fibra y distorsión. 

Pero, selección de éxitos o no tan éxitos aparte, lo que cuenta es la actitud. A dEUS jamás se les podrá achacar falta de empuje y voluntad. Me cuentan la leyenda de su gesta en aquel festival en Polonia, bajo una lluvia torrencial, con el escenario convertido en parque acuático, y me la creo. Se dejan la piel. Creen en lo que hacen. Cumplen con su público. No ponen los amplis al once como Spinal Tap, pero casi. Son currantes, efectivos y entregados. Y suenan de maravilla, aunque la antigua But no sea el lugar con mejor acústica del mundo. Se han ganado la admiración de sus fans a base de trabajársela en las tablas, y por eso siempre merecen la pena.   

Setlist: “How to Replace It”, “Must Have Been Now”, “Constant Now”, “The Architect”, “Girls Keep Drinking”, “Man on The House”, “W.C.S. (First Draft)”, “1989”, “Pirates”, “Faux Bamboo”, “Instant Street”, “Fell Off The Floor, Man”, “Simple Pleasures”, “Quatre Mains”, “Sun Ra”// “For The Roses”, “Love Breaks Down”, “Bad Timing”. 

24 marzo 2023

CONCIERTOS

OWEN PALLETT + THE HIDDEN CAMERAS. Madrid. El Sol. 22-03-2023.

Anunciada como una gira a medias, había gran expectación por saber en qué consistiría este concierto, con dos pesos pesados de la música canadiense, dos amigos de hace años que nunca se han cansado de innovar y colaborar. Y como se preveía, el evento fue un mano a mano, una repartición de tareas, tiempos y colaboraciones, demostración de las virtudes individuales de cada uno y de la química existente en labores compartidas. La excusa para The Hidden Cameras era celebrar el veinte aniversario de “The Smell of Our Own” (2003), que evidentemente tuvo su enorme protagonismo en el repertorio. La excusa para nuestro pequeño Vivaldi quizá era terminar de pasear su último “Island” (2020), que se había quedado varado en vivo por los estragos de la pandemia. 

Comenzaba la noche con el histriónico y divertidísimo Joel Gibb en solitario, todo ataviado de blanco impoluto, pertrechado de guitarra, pedales, bombo y cachivaches de andar por casa, para recordarnos (porque, sinceramente, lo habíamos olvidado) su brillante muestrario de canciones pop, firmadas bajo el pseudónimo de The Hidden Cameras (la banda básicamente es él, amén de un sinfín de adláteres). Teatral y entregado a la causa del show, cercano a un público que gozó de sus cariñosas payasadas, supo poner en órbita temas añejos como “Golden Streams” o “Awoo”, la novedosa y emocionante “Redemption” y algunos coletazos de su vena hortera disco-pop. Y es entonces cuando sale de entre las cortinas el deseado Owen, todo timidez y gregarismo, para complementar a violín, guitarra y coros la hora y pico de gloria de su compañero. De su alianza resurgen joyas como “Fear Is On”, “Ban Marriage” o “A Miracle”, y todos recordamos que la música en comunidad (Canadá es muy dada a estas prácticas) es una suma efectiva, una celebración de la creatividad sin límite. De creatividad Gibb anda sobrado; muchos de sus temas han quedado en el imaginario del mejor pop de principios de siglo. No solo las ya mencionadas, sino otras muchas como “Follow These Eyes”, “We Oh We”, “Fee Fie”, “Smells Like Happiness” o “Boys of Melody”, que también sonaron. 

Al fin y casi sin pausa, el escenario queda a entera disposición del sencillísimo Owen Pallett, que esta vez muestra otra nueva faceta entre sus miles: la de virtuoso y espléndido guitarrista. Conocíamos la modalidad solo violín y pedales, la de violín, teclas y pedales, pero su pericia con las seis cuerdas se revela enteramente asombrosa, confirmándolo como el músico completo, absoluto y perfecto. Comienza con “Polar Vortex”, pero no nos atiborra de canciones nuevas (porque, según un buen amigo suyo, son bastante deprimentes), así que tira de historia para rescatar “This Lamb Sells Condos”, “The CN Tower Belongs to The Dead”, “The Butcher” o “That´s When The Audience Died”. Las luces se atenúan para mostrar la versión exclusiva a guitarra de “I´m Not Afraid”, y se resiste a dejarnos sin un poco de lo deprimentemente fresco, regalando “Fire-Mare” y “Lewis Gets Fucked Into Space”. Suenan también los ecos envolventes de “The Passions” y su clásico “The Great Elsewhere”. Para el final se saca de la chistera (porque también es un poco mago, ¿o no?) dos obsequios imponentes: una maravillosa “E Is for Estranged” que deja sin aliento cada vez que suena acá o allá, y su gran himno lúdico “Lewis Takes Off His Shirt”, el estribillo más coreado de la noche. Y todo suena nítido, armónico, suntuoso, espléndido y medido, pero esta obra magna no sale de una máquina, sale de un hombre de carne y hueso (un solo hombre, que conste), un tipo capaz de controlar cada ítem, cada nanosegundo de cada acorde, con una destreza milimétrica y una placidez suprema. No solo cuenta la descomunal belleza del resultado, también el disfrute de su propio creador, que se lo pasa mejor que nadie ofreciendo algo que muy pocos hoy en día se pueden permitir. Como en anteriores ocasiones, a los meros espectadores solo nos queda alucinar, felicitarlo, envidiar sus divinas dotes y reconocer definitivamente que sí, que estamos ante un genio entrañable con los pies bien plantados en la tierra. Al final el gran showman Joel vuelve a las tablas para una despedida dual, como colofón a dos horas y media generosas de simpatía y arte escénico en estado puro.

15 febrero 2023

CONCIERTOS

MOGWAI (+Brainiac). Manchester. Albert Hall. 9 y 10 de febrero de 2023.


Existen muchas formas de terapia de autoayuda y alivio existencial. Los hay que se apuntan a yoga. Los hay que se van a la India o Nepal. Los hay que recorren el camino de Santiago. Y luego hay otros que hacen cosas más alternativas, como ponerse a escuchar a Mogwai. Salvavidas en los momentos cruciales de toda una vida, su apoyo moral sonoro en los últimos dos años, llenos de cataclismos varios, ha sido determinante para la que escribe. Si la montaña no va a Mahoma, pues Mahoma irá a la montaña. Traducido en términos prácticos: que si no hay manera de disfrutarlos en casa, habrá que irse a verlos al fin del mundo. Ellos lo valen, ya lo creo que sí. Y el fin del mundo ha sido Manchester por razones insondables. Quizá porque es la cuna de Joy Division, The Happy Mondays, New Order, The Fall, James, The Smiths, The Stone Roses y tantos otros, con su magia musical escondida en cada rincón. Quizá porque hay vuelos directos baratos a la ciudad. Quizá porque no era una fecha, sino dos, y en su caso, lo bueno no es dos veces bueno si es breve. Yo necesito mi dosis de Mogwai en vivo como mínimo cada tres años. La última vez fue en 2019. Ya tocaba la siguiente. 

Como apertura de cartel, los escoceses llamaron a sus amigos Brainiac (o 3RA1N1AC), naturales de Dayton, Ohio, desmembrados en 1997 por la trágica pérdida de su vocalista y reunidos en 2022 por la prodigalidad de sus valedores. Así lo reconocía John Schmersal, pidiendo aplausos para Mogwai en un gesto de gratitud infinito. No son fáciles estos tipos, con su art punk-rock lleno de aristas, muy a lo Pere Ubu, pero su directo no pasa desapercibido. ¿Es posible castigar más los tímpanos que sus compinches? Pues sí. A todo volumen, a tope de entrega y sin olvidar la corrosiva “Vincent Come on Down”. 

Sobre los de Glasgow, ¿qué se puede decir a estas alturas? Nacieron grandes. Cuando eran solo unas criaturas ya sabían hacer magia, desatar tormentas y desafiar el ritual de lo habitual. Ahora, con veinticinco años más, vestidos de experiencia y calma, sin perder su proverbial llanura y humildad, alcanzan cotas que rozan lo sublime. Son capaces de salir dos días seguidos a escena y dar dos conciertos completamente diferentes, tan imperiales y categóricos que es imposible discernir un favorito; solamente cuatro canciones se repiten, colocadas en lugares bien distintos e insospechados, convertidas en novedad pese a haberlas gozado solo veinticuatro horas antes (“Boltfor”, “Ritchie Sacramento”, “Summer” y “Ratts of the Capital”). Pueden (y quieren) sonar atronadores, y vaya que siempre lo consiguen. Pero no nos engañemos: lo suyo no es ruido, es volumen, tan brutalmente potentes como inmaculados. La arquitectura de una sala como el Albert Hall (antiguo lugar de culto religioso) también ayuda bastante a la generosa expansión de las vibraciones. Pero ya no es solo el sonido, la tradicional transición belleza-caos sónicos; es que ahora hay una elegante y cuidadísima envolvente visual que hace que cada tema alcance una temática sobrecogedora, con el escenario convertido a veces en galaxia, en cripta, en bandera arco iris, en bosque en llamas o en el mismísimo infierno de Dante. Y en medio de ese espectáculo total están ellos, plenamente concentrados en un coser y cantar (más coser que cantar) que clavan como autómatas. No, Mogwai no son una banda para divertirse y echarse unos bailes con los colegas. Son más bien una banda para la contemplación y el deleite, introspectiva, tú con ellos y ellos contigo. Y quizá por eso había tantos lobos solitarios en el Albert Hall, tanto jueves como viernes, especialmente en las primeras filas; porque más que un mero entretenimiento, su música puede ser una experiencia mística para románticos, marginados o incomprendidos. Hay quien dice que son aburridos porque no hablan, no gesticulan, no interactúan, no se prestan. El único que abre el pico es Stuart, para decir que son de Glasgow, Scotland (orgullo patrio), dar las gracias y preguntar si estamos bien. Gilipolleces las justas. Ellos trabajan, no tontean. La comedia en el tajo sobra. Sobre las tablas se ponen en modo obrero, sobrio y ceremonial, pero en las rutinas anteroposteriores son unos cachondos del copón. De aburridos nada. Simplemente se toman muy en serio su oficio, que es el de crear música y compartirla con los demás de la forma más honesta posible, pasando olímpicamente de fanfarrias y poses rocanroleras. 

Se habla mucho de Stuart Braithwaite, quizá por su temperamento todoterreno, por su visibilidad como primer portavoz y ocasional vocalista. También se habla bastante de Barry Burns, por ser el segundo portavoz, el jefe de Rock Action Records y el chico para todo que tan pronto plancha un huevo como fríe una camisa (instrumentalmente hablando). Pero qué poco se habla del gran Dominic Aitchison, grande en talla, grande en parsimonia y autocontrol (pachorra, que dirían otros), grandísimo tejiendo con sus dedazos las robustas redes de la línea melódica grave, el rudo somier donde descansan los colchones de electricidad y distorsión de sus compañeros. Imperturbable y regio todo él, como si tocar el bajo fuera la cosa más sencilla del mundo. Y poco se habla también de Martin Bulloch, de las velocidades que es capaz de alcanzar en su refinado azote (sideral en “Mogwai Fear Satan”), de su exquisita precisión dictando el camino a los demás en su propio código Morse, porque sin Martin no hay Dominic, y sin Martin ni Dominic no hay ritmo y la procesión se diluye. Pero sobre todo, se habla muy, muy poco del joven Alex McKay, el quinto elemento, que ya lleva girando con la banda desde 2017, habiéndose convertido en eslabón fundamental, ingeniero de segundas y terceras capas, refuerzo de los solismos de Barry (y su guitarra de Playmobil que ruge como el diablo) o Stuart (con su pedalada sin fin). Este chico es una joya. 

Aunque faltaran algunas debilidades personales (como “Rano Pano” y “Friend of the Night”), a los repertorios de ambas noches no les cabe ni una pega. Si andan celebrando un aniversario dejado a medias por culpa de los coletazos pandémicos, lo están haciendo a lo grande. Solo “Mr. Beast” (2006) se quedó sin representación. Sus otros nueve elepés, con la añadidura de la embriagadora “Boltfor”, la imperativa “New Paths to Helicon Pt. 1” y una “My Father My King” que merece párrafo aparte, estuvieron presentes. Es curioso: muchos temas son como el vino (o el whisky de malta escocés), ganan cuerpo y sabor con el tiempo. Ocurre con “Summer”, “2 Rights Make 1 Wrong” o “How to Be a Werewolf”. De sobra es sabido que no les gusta enseñar fotos de las canciones que han grabado, sino componerlas nuevamente para su muestra en vivo, y eso marca la diferencia en temas como “Midnight Flit”, evocadora y potentísima pese a la ausencia de orquestación, o en “Don´t Believe the Fife”, que en disco dice poco y en directo lo dice todo. También estuvieron las que no podían faltar: “I´m Jim Morrison, I´m Dead”, con su extenuante solemnidad; “Killing All the Flies” y “Hunted by a Freak”, sesiones de hipnosis y levitación a orden de vocoder; “Ritchie Sacramento”, que no es su mejor creación pero engancha; “Remurdered”, el momento rave esperado, con el mano a mano de Barry y Dominic a las teclas en plan mecanógrafos de oficina; “Like Herod”, siniestra e inmisericorde; “To the Bin My Friend, Tonight We Vacate Earth”, abriendo la segunda velada con una majestuosidad de libro; “Ceiling Granny” y “Dry Fantasy”, dos habituales de su último (y maravilloso, insisto) álbum, tan diferentes, la una un cachete en los morros, la otra una suave caricia. Y por supuesto, tampoco podía faltar “Mogwai Fear Satan”, el santo y seña rebautizado por muchos como “Satan Fear Mogwai”; se la saltaron en el primer round, pero no la olvidaron en el segundo. ¿Cuántas veces la habrán tocado en vivo ya? Veamos, así a ojo: veinticinco años por una media de cincuenta conciertos al año... ¿1.250 veces? 

Igualmente hay algunos que llaman a Mogwai previsibles, lo cual tampoco es cierto. Siempre hacen algo que sorprende (como abrir con “Satan” en Oporto, se me ocurre ahora). Esta vez dieron la campanada con la melancólica “Cody” en los inicios del primer set, y Stuart la cantó como nunca. También se permitieron el glorioso rescate de “Ratts of the Capital” (por partida doble), la mágica canción en la que Barry empieza besando (al piano) y acaba matando (a la guitarra). Incluso regalaron dos temas con la palabra “party” en su título (¿ironía?): la inesperada fiesta en George Square y la celebrada fiesta en la oscuridad. Pero para mayúsculo e inenarrable, el epílogo del viernes: una blizkrieg total con “Drive the Nail” y “My Father My King”, salvaje operación de artillería pesada tras las ráfagas lanzadas con “Satan” y “Old Poisons”. Si querían dejar perturbado al personal, lo consiguieron. Como he dicho, sobre “My Father My King” (ese himno hebreo que remueve las entrañas) podría escribirse todo un reportaje: veinte minutos de repetición, distorsión y delay en dos actos, pieza de rock monumental con cabida en todos los museos. Si en vez de veinte durara sesenta, ¿acaso importaría? El colmo de la suerte después de tal impacto es que Martin se levante exhausto y agonizante (ese marcapasos debe de ser el reactor de un Boing), se atreva a caminar hasta el borde del escenario para regalar sus baquetas y te caiga una de recuerdo. The Scottish National Treasure. La puñetera guinda para dos noches que serán imposibles de olvidar. 

Set Día 1: “Boltfor”, “I´m Jim Morrison, I´m Dead”, “Cody”, “Ritchie Sacramento”, “Killing All the Flies”, “Midnight Flit”, “Don´t Believe the Fife”, “New Paths to Helicon Pt. 1”, “Ceiling Granny”, “George Square Thatcher Death Party”, “Remurdered”, “Ratts of the Capital”// “Summer”, “Like Herod”. 

Set Día 2: “To the Bin My Friend, Tonight We Vacate Earth”, “Hunted by a Freak”, “Dry Fantasy”, “Summer”, “Ritchie Sacramento”, “2 Rights Make 1 Wrong”, “How to Be a Werewolf”, “Boltfor”, “Party in the Dark”, “Ratts of the Capital”, “Mogwai Fear Satan”, “Old Poisons”// “Drive the Nail”, “My Father My King”.

27 enero 2023

REPORTAJES

STUART BRAITHWAITE “Spaceships over Glasgow” 

El fantasma de Glasgow me persigue. O quizá soy yo la que lo busco. De Stuart Braithwaite ya sabíamos muchas cosas. Hijo de médica y científico, guitarrista en constante experimentación y aprendizaje, enciclopedia musical humana, adicto a los conciertos, coleccionista de libros y vinilos, aficionado al skateboard, activista social, político, ecologista y pro-vacuna COVID, fanático del Celtic y campeón olímpico de levantamiento de vidrio en barra fija. También sabíamos que a veces se dedica a ofrecer conciertos minimalistas en solitario homenajeando a algunos de sus clásicos preferidos (The Velvet Underground, Joy Division, Blind Lemon Jefferson, Spacemen 3) o trazando el esbozo de algunas de las canciones (con letra) de su banda (“Take Me Somewhere Nice”, “Teenage Exorcists”, “Devil Rides”, “Hound of Winter”, “Cody”). A ver, ¿quién no se iría a tomar unas birras con él? No te hagas ilusiones: seguro que te tumba. 

Casi todo lo demás está aquí, en este libro de memorias que, como suele ocurrir con las memorias de los músicos, no solo es la foto de una vida (loquísima, por cierto) sino el retrato más amplio de una era (los 90), un enclave (Glasgow), un sonido (el rock underground) y una generación (la de los nacidos en la segunda mitad de los 70, la suya y la nuestra). Y como todo libro de memorias, estamos ante otro cuento de hadas, el del adolescente que, por ejemplo, descubre la música de The Cure, se enamora de ella, se convierte en fan empedernido y acaba quince años después tomando unas copas con Robert Smith en un backstage. O el cabecilla de una banda que se encuentra de repente siendo teloneada por algunos de los que fueron sus ídolos de juventud (David Pajo, Bardo Pond, Stephen Malkmus, Eugene Kelly). Los sueños, las ideas claras y el trabajo duro pueden en muchos casos dar inmensos frutos. Porque este muchachito de Lanark tuvo claro desde el principio que lo suyo era la música. A la mierda el colegio, los estudios, lo convencional y lo correcto. La música underground (sí, cuanto más esquiva y underground mejor) le infectó el cerebro y las venas y a partir de ahí nadie lo pudo parar. Decidió que quería dedicarse a ella y al rock´n´roll way of life. Y bien joven empezó, colándose en salas de conciertos y festivales sin edad legal (gracias a la bondad de su paciente hermana), descubriendo el poder sugestivo y transformador del rock. Su explicitud a la hora de describir los efectos que la música tiene en el pensamiento y sentimiento humanos nos resulta del todo familiar. Porque al mismo tiempo que él, en otras latitudes y escenarios, nosotros estábamos pasando por un trance parecido. Andábamos descubriendo todo un mundo musical que desconocíamos, a The Cure, Iggy & The Stooges, Nirvana, The Jesus & Mary Chain, Sonic Youth, encontrando en todo ello nuestra razón de ser y de vivir. Por asimilación, su historia es parecida a la nuestra, y por ello resulta tan evocadora. Al menos hasta el punto en el que nace esa bestia parda llamada Mogwai. 

Hay pocas bandas a las que yo haya seguido con total fe y regularidad, y Mogwai es una de ellas (ya lo sabéis). Cada disco era un acontecimiento, cada festival con ellos en cartel un aliciente. Así que descubrir la génesis, evolución y entresijos de una banda a la que amas, siendo una banda poco mediática y nada exhibicionista (no importan sus caras ni sus nombres, solo importa su música) resulta una aventura emocionante. Y en realidad, la historia de Mogwai no es tan diferente a la del resto. A uno se le mete en la cabeza que quiere montar un grupo (Stuart), conoce a otro con las mismas pretensiones, gustos y obsesiones (Dominic), reclutan a un tercero (Martin) y a un cuarto (John) para poder mostrar su creación en pequeñas salas locales, y luego fichan a una estrella (Barry) para completar el young team y jugar en las ligas mayores. Todo de la forma más natural. El apoyo económico, moral y logístico de la familia también es un punto a favor del sueño. El intensivo ambiente musical en Glasgow en los 90 la convertía en un escenario idóneo para progresar, sobre todo gracias a espacios como The 13th Note y a personajes tan generosos y amantísimos de la cultura como Alex Huntley (posteriormente Alex Kapranos). A partir de aquí todo es trabajo, ensayo, perseverancia, encontrar buenos amigos que te apoyen y valoren, y la suerte de caerle en gracia a algún pez gordo del mundillo (como John Peel, sin ir más lejos). Entonces el monstruito empieza a caminar, a hablar, a crecer. Y de repente, esos palurdos chavales (dicho con todo mi cariño), absolutos outsiders, empiezan a grabar discos, a tocar en lugares insospechados (como el Astoria de Londres), a aparecer en publicaciones como NME y a salir de sus casas para viajar por el mundo. Todo feliz y maravilloso. ¿O no? Hay que tener muchos huevos o meterse mucho de todo para poder soportar tanto estrés. Que es lo que hacía el pequeño Stuart, básicamente. El subtítulo del libro reza “MOGWAI, MAYHEM AND MISSPENT YOUTH”. Siempre con guasa, cómo no. El propio Stuart anunciaba sus memorias como un libro sobre “la idiotez adolescente, la vida en general, los conciertos y Mogwai”, y todo resulta bastante exacto. Creyó en su sueño, se empeñó febrilmente en hacerlo realidad, pero también hizo el imbécil como un bellaco. Lo más tierno de todo es que no se avergüenza al reconocerlo. ¿Quién se avergüenza realmente de las chorradas que hizo en su loca juventud? 

Así pues, aquí está la verdadera historia de una banda que ha ido haciendo camino al andar. Con las bodas de plata ya bien cumplidas, esta crónica viene a confirmar más o menos el por qué del éxito, la avenencia y la continuidad: mucho trabajo, valentía, risas y amistad. Mogwai es un ente colaborativo y democrático, y eso se antoja indispensable para que cualquier proyecto funcione. Aunque no todo ha sido un plácido paseo por el campo. Estuvieron las psicóticas y opresivas sesiones de grabación de “Mogwai Young Team” (97), las productivas fiestas en la casa perdida de Dave Friedmann dando forma a “Come on Die Young” (99) o la carísima odisea maniaca americana en el alumbramiento de “Rock Action” (2001). De regreso al trabajo de producción en la vieja Escocia y con las cabezas más asentadas nacen “Happy Songs for Happy People” (2003) y “Mr. Beast” (2006), y comienza su aventura como brillantes y cotizados compositores de bandas sonoras con “Zidane. A 21th Century Portrait” (2006). Más tarde llega “The Hawk Is Howling” (2008) y se revela el gran misterio de su magnetismo y ausencia total de lírica: sus canciones procedían de un proyecto de banda sonora para un film que no llegó a buen puerto. Y entonces, finiquitado el contrato con PIAS, la banda decide hacer el movimiento más arriesgado y audaz de su historia: autopublicar su siguiente álbum en su propio sello Rock Action. Si funciona, perfecto. Si no funciona, es la muerte. La jugada les salió bien porque se empeñaron en crear un álbum redondo. Y lo consiguieron: “Hardcore Will Never Die, But You Will” (2011). 

Y entre tanto, la vida de la banda se mueve en una montaña rusa de giras y más giras, conciertos y más conciertos, pura sangre de directo. Salas grandes, salas pequeñas, festivales, barcos, tiendas, antros o teatros. Da igual donde, allá que van. Sonando a todo volumen, eso sí, como un avión en pleno despegue (así lo describe el propio autor). 132 decibelios se contabilizaron en un show en Nueva Zelanda en una ocasión. De locos. Anécdotas de conciertos las hay a decenas: el debú a lo grande en el Astoria en el 97, el caótico y demente show en The Garage en Londres, el primer Glastonbury, el FIB del 98 (fundidos y agónicos el domingo, después de tres días de juerga festivalera non stop), el emotivo estreno en el mítico Barrowlands, el desprecio y maltrato sufrido por las hordas de fans de Manic Street Preachers o aquel bizarro tributo a “Mogwai Young Team” en el Summercase del 2008 (allí estaba yo, en Boadilla) por el que les ofrecieron un potosí que jamás llegaron a cobrar. Con mucho sentido del humor y un poco de nostalgia también, Stuart nos relata cientos de episodios trascendentes e hilarantes, sobre su banda, sus amigos, sus locuras, sus verbenas, su bocaza, sus decepciones y sus pasiones, con el respeto y la perspectiva que te dan la edad y la experiencia. Totalmente sincero. A veces condescendiente, salvo consigo mismo. Su narración desvela episodios que hacen temblar o reír, reforzando la simpatía por ellos. Por ejemplo, ya conocíamos su especial arte del absurdo poniendo nombre a sus creaciones; ahora sabemos exactamente de dónde vienen los títulos de sus discos o de temas como “New Paths to Helicon #1”, “Yes! I Am a Long Way from Home”, “With Portfolio”, “Oh! How the Dogs Stack Up”, “Christmas Steps”, “Take Me Somewhere Nice”, “Hunted by a Freak”, “I´m Jim Morrison, I´m Dead”, “Kings Meadow” o “The Precipice”. Historias muy divertidas, o a veces no tanto. También hemos conocido el origen del extraño símbolo gráfico de la banda (MYT), ese que todos se tatuaron en alguna parte de su cuerpo en un pacto de entrega eterna. Y como extra hemos descubierto la asombrosa historia subyacente de Martin Bulloch, ese colosal batería y mejor persona, todo un luchador, un puñetero héroe. El libro termina en 2011 porque tiene que acabar ahí. Después vinieron más discos, más giras, más bandas sonoras, pero la secuencia debía concluir precisamente donde acaba: en el momento en el que la vida te da una hostia de las buenas. Ese instante en el que te das cuenta de por qué eres quién eres y por qué estás donde estás, y acabas atrapado en las redes de la sabia moraleja de tu propio relato. En ese momento todo cambia, hay un antes y un después, enfocas de nuevo tus prioridades y maduras en un suspiro. Sí, el libro debía acabar aquí. Sabia decisión, señor Braithwaite. Ha sido un auténtico placer viajar por estas páginas, recorriendo una vida que transcurría paralela y lejana, pero indirectamente interconectada a la nuestra. Si todo va bien, nos vemos en unos días.